Martes de la XXVI Semana del Tiempo Ordinario

Unos minutos con Dios.

Empezamos la oración de la mañana en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Lee y medita la Palabra de Dios, si es necesario léala de nuevo, usando tu propia Biblia:

Lectura del evangelio de San Lucas 9, 51-56
Cuando ya se acercaba el tiempo en que tenía que salir de este mundo, Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén. Envió mensajeros por delante y ellos fueron a una aldea de Samaria para conseguirle alojamiento; pero los samaritanos no quisieron recibirlo, porque supieron que iba a Jerusalén. Ante esta negativa, sus discípulos Santiago y Juan le dijeron: “Señor, ¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo para que acabe con ellos?”

Pero Jesús se volvió hacia ellos y los reprendió. Después se fueron a otra aldea.

Oración, dedica unos minutos a tener un diálogo espontáneo con Cristo,  corazón a Corazón, intercede por tu familia……..

Señor, te doy gracias por tu infinito amor, porque a pesar de ser pecadores aun sigues creyendo en tu iglesia, en nosotros. Has de nosotros Señor hombres nuevos y revístenos con el poder de tu Santo Espíritu para hacer tu voluntad y no la mía. Amen

Contempla la Palabra de Dios (en silencio deja actuar en ti al Espíritu de Dios). Actúa y conserva la Palabra en tu vida hoy.

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Vamos a invocar al Señor todopoderoso y a pedir su protección» (Zac 8,21). 

 Tomad, Señor, y recibid
toda mi libertad,
mi memoria,
mi entendimiento,
y toda mi voluntad,
todo mi haber y mi poseer;

Vos me disteis,
A Vos, Señor, lo torno.
Todo es vuestro,
disponed todo a vuestra voluntad;
dadme vuestro amor y gracia,
que con ésta me basta.

Para las lecturas del día, por favor vaya aquí.

Lectura Espiritual

Señor Jesús, bendigo el valor con el que endureciste tu rostro como piedra y emprendiste el camino hacia la cruz, aun sabiendo que nosotros te habríamos de corresponder con la incredulidad, la indiferencia e incluso la hostilidad.

Bendigo la paciencia de la que haces gala incesantemente con nosotros, que nos mostramos a menudo impacientes y severos con los otros y con sus errores.

Bendigo tu misericordia con nosotros, que no éramos hijos de Israel pero que precisamente gracias a tu muerte hemos sido hechos partícipes de las promesas que hiciste a tu pueblo. Bendigo tu fidelidad, gracias a la cual te has seguido fiando de nosotros y creyendo en nuestro discipulado, a pesar de nuestras defecciones y caídas.

Me aferro al borde de tu manto, seguro de que encontraré en ti al que me cura de mis infidelidades y me conduce a la casa del Padre. Amén.

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